En muchas ocasiones, la historia deja de ser una ciencia al hacerse presa de subjetividades y apreciaciones sesgadas y parciales. Eso es inherente al análisis de hechos y procesos históricos, donde muchas de las veces el rigor científico pasa a segundo término. A final de cuentas, cada quien indaga, escribe y razona acorde a sus intereses y circunstancias…De eso la historia de México tiene innumerables ejemplos.
A sabiendas de que ésta se construye en el día a día, los eslabones para enlazar grandes capítulos históricos son cada vez más expuestos a la supervisión, alcance y grado de influencia de los medios masivos de comunicación y de las redes sociales, mismos que han marcado su territorialidad y su preeminencia en contextos de alta participación ciudadana.
Así, la bibliografía alusiva a grandes hazañas con altas dosis de nacionalismo o de amor impoluto a la patria, se quedó anquilosada en el romanticismo literario decimonónico o en los grandes capítulos vividos en el siglo XX.
Hay dos razones de peso para entender tal situación: los nuevos paradigmas culturales y la sofisticación de los medios de comunicación, enmarcados ambos por un alto grado de involucramiento de la sociedad en temas que tienen impacto trascendental en su cotidianidad.
Hoy es una realidad que el hombre es sujeto de la historia pues participa activamente en ella, dejando de ser un objeto inerte de la misma. Hoy la sociedad se informa e involucra sistemáticamente en escenarios virtuales donde no se requieren dotes de orador o de retóricas rebuscadas, pues ahí el lenguaje es claro y sin ambages; son espacios donde no hay necesidad de utilizar despliegues metodológicos a la hora de fijar posturas y donde además el derecho a réplica es automático ante mecanismos atemporales y multidireccionales que permiten darle volumen y continuidad al debate. En resumen, se ha pasado del monopolio oficial en el manejo de la información a la masificación de la misma, con todo lo que esto conlleva.
En esta nueva realidad, las acciones de gobierno pasan por un espeso y complejo filtro de credibilidad, pues hasta el logro más evidente es sujeto a la crítica y descalificación del detractor natural, el cual hoy en día cuenta con todo tipo de herramientas para desvirtuar o minimizar en tiempo récord una acción positiva.
Ante este escenario, los héroes dotados de una enorme carga de simbolismo ya no aparecen, debido a esta necesidad de legitimación permanente, a diferencia de la construcción de los paradigmas de heroísmo que se incrustaron en la historia oficial. ¿Podemos imaginar bajo este despliegue de información que hoy brota a raudales a Benito Juárez ordenando la firma del polémico Tratado McLane-Ocampo? ¿Cuál sería la reacción de las redes sociales? ¿Qué tan eficiente sería la campaña de desprestigio del grupo conservador en los medios de comunicación masiva?
¿Cómo hubiesen reaccionado las redes sociales al descubrirse al siguiente día el contenido del supuesto telegrama fatal en el que Lázaro Cárdenas ordena a Rodolfo Herrero asesinar a Venustiano Carranza en Tlaxcalantongo, Puebla, en mayo 23 de 1920? (Los defensores de Cárdenas han vertido razones de mucho peso para negar la autenticidad del documento).
Dos ejemplos que aún generan debate intenso y posicionamientos encontrados, pero que hasta hoy tienen mayor relevancia al abrirse valiosa información al respecto, lo que pone en tela de juicio la actuación de personajes considerados por muchos mexicanos como prohombres de nuestra historia.
Es claro que hoy ese grado de invulnerabilidad o de inmunidad tiene muy poco margen de maniobra entre quienes ejercen espacios de poder y de involucramiento en la vida pública, pues su sujeción al escrutinio popular es evidente, aunado a una sociedad participativa con antagonismos naturales que tienen el poder para demeritar lo hecho eficientemente o minimizar lo bien realizado.
Este es el escenario actual, el cual se finca en la pluralidad, la diversidad y el libre albedrío inherentes a nuestra dinámica social. Un escenario en el que la ciudadanía reclama de manera puntual el eficiente y honesto desempeño de servidores públicos comprometidos con su quehacer diario, dotados a la vez de generosas dosis de empatía, responsabilidad y compromiso. Bajo esta tesitura, los simbolismos pueden esperar