En Huamuchitos, un pueblo rural de Acapulco, las uniones tempranas entre adolescentes de 13 a 15 años son una tradición marcada por los “arreglos matrimoniales”, anunciados con cohetes y seguidos de celebraciones familiares. Aunque la práctica es aceptada socialmente, genera endeudamiento para las familias y limita el futuro de los menores
Cuando suenan los cohetes por la noche, la gente de Huamuchitos y de todos los pueblos del oriente de Acapulco sabe que hay una nueva pareja de novios, lo que ocurre muy seguido.
“Preguntamos: ¿quiénes son los nuevos novios? Averiguamos y luego sabemos que se trata de la hija de tal familia con el hijo de tal”, explica Berta Bailón, una habitante de Huamuchitos.
En este pueblo de 2 mil 100 habitantes, a 33 kilómetros del destino turístico más importante de Guerrero, no hay mucho qué hacer. Los cohetes anuncian que habrá fiesta en los siguientes días.
Los que se alegran por la nueva unión son, en su mayoría, las familias ajenas al compromiso matrimonial.
Las familias del novio y de la novia están obligadas a cumplir con una tradición que los endeuda debido a la fiesta que deben ofrecer en el pueblo.
“Una se alegra cuando hay nuevos novios, pero si no es nuestra hija o hijo. Cuando son los nuestros nos entristece, sobre todo si se trata de nuestra hija, porque significa que de ahora en adelante estará en otra casa y a una ya no nos va a ayudar”.
Estos hechos ocurren, casi siempre, entre menores de edad, la mayoría de las ocasiones entre personas de 13 y 15 años. Así ha sido siempre.
Bertha Bailón, ahora de 38 años, tuvo novio desde los 15, vivió seis años en unión libre y tuvo su matrimonio civil y religioso a los 22.
La comisaria municipal suplente de Huamuchitos, Leodegaria Vázquez Estrada, huyó con su novio dos meses antes de cumplir 18 años, lo que en el pueblo significaba que ya estaba grande.
De acuerdo con la tradición, la familia del novio truena los cohetes para que los parientes de la novia, angustiados porque su hija no regresa, se tranquilicen.
“Así la familia se entera que su muchacha no está secuestrada o desaparecida; aunque la familia se queda triste, por lo menos, se queda tranquila”.
Lo que sigue refuerza el compromiso social. La familia del novio, ya sea muy de noche o de madrugada, busca entre sus vecinos y parientes a dos familias que los acompañen a la casa de la joven, quien será su nuera, para dar su palabra de que su hijo actuará con responsabilidad, es decir, que se casará y proveerá.
Esa misma noche acuerdan una fecha para juntarse y hacer el arreglo matrimonial. El arreglo matrimonial se convierte en una fiesta grande a la que acuden todas las familias conocidas de ambas partes.
Como se trata de menores, el acuerdo funciona como una preboda. La boda tendrá lugar cuando alcancen la mayoría de edad, momento en el que, por lo general, ya tienen uno o dos hijos.
Celia, de 14 años, y Gael, de 15, cuya fiesta de arreglo matrimonial tuvo lugar el pasado 23 de febrero y se hizo viral en redes sociales, se casarán dentro de cuatro años.
Las fiestas más populares en estos pueblos son las de los arreglos matrimoniales. Las familias pagan por un video de la fiesta. Hay muchos en Youtube sobre estas uniones entre adolescentes de los pueblos de esta zona rural de Acapulco.
“Nuestro arreglo matrimonial: Emmanuel y María” y “Nuestro arreglo matrimonial: Antonio y Diana”, son algunos de los videos. El que ya no está disponible es el de Celia y Gael, debido a la polémica.
El grupo Producciones Beto, que publicó el video en su página, lo eliminó, pero aún conserva las grabaciones de otras fiestas de arreglos matrimoniales entre adolescentes.
“Estos muchachos tuvieron mala suerte y salió su arreglo en todos los medios”, cuenta la comisaria suplente Leodegaria Vázquez.
“Estas fiestas solo son del pueblo y con Celia y Gael, Huamuchitos se hizo famoso”, añade Berta.
Un pueblo molesto porque se hizo viral el arreglo matrimonial
El pasado martes 11 de febrero, el pueblo estaba en los preparativos de la velada de la Virgen de Guadalupe, la fiesta anual más importante de Huamuchitos.
En la iglesia, señoras y señores cuidaban las ollas de comida. En la calle principal, los juegos mecánicos y los puestos de la feria, anunciaban fiesta.
El comisario iba y venía atendiendo los contratiempos, entre ellos asegurarse de que el corral común, que sufría varias averías, estuviera en condiciones para el jaripeo de la tarde.
Comisionó a la comisaria suplente, Leodegaria Vázquez, para que explicara a un medio de comunicación las tradiciones de las uniones matrimoniales, acompañada por varias mujeres de distintas edades que, cuando eran adolescentes, vivieron la tradición de los cohetes, celebraron su fiesta de arreglo matrimonial y, luego, su boda civil y religiosa.
En la casa de Gael, los familiares dijeron que él y ella se habían ido a otra comunidad a visitar a un familiar enfermo. Informaron también que los padres de Gael no estaban en casa. Los que se encontraban allí, hermanos, hermanas o tíos de Gael, dijeron que no sabían nada.
El comisario y todos en la comunidad están molestos con los medios de comunicación por hacer viral la noticia, sin confirmar detalles sobre los hechos.
“Dijeron que vendieron a la muchacha. Aquí no se venden a las muchachas, no hay nada de eso”, expresó la comisaría suplente.
Antes, en la plática con el puñado de señoras, contaron que por la lejanía y el costo económico de salir, los habitantes hacen esto muy poco. Salen obligados si tienen que vender sus productos como jamaica, ajonjolí o semilla de calabaza, pero a estas alturas del ciclo agrícola, ya no les queda nada por vender.
Al buscar a la familia de Celia, algunas personas no quisieron dar informes. Incluso dijeron que no la conocían.
En la casa de Celia, la hermana dijo que no estaba enterada de nada y no sabía dónde habían ido su mamá y su papá, tampoco su hermana. También estaba molesta por la noticia del arreglo matrimonial.
Uniones tempranas perpetúan la pobreza intergeneracional
Juan Martín Pérez García, coordinador de Tejiendo Redes Infancia en América Latina y El Caribe, considera que cuando se normaliza que las uniones tempranas llevan siglos realizándose es lamentable porque se convierten en el mecanismo con el que se perpetúa la herencia intergeneracional de la pobreza.
¿Por qué? Porque esos adolescentes pierden la posibilidad de tener una formación académica, quedan condenados a trabajos precarios y a la dependencia del subsidio familiar.
Lo anterior porque el hombre tiene que demostrar que es un buen hombre siendo proveedor y la mujer de que es una buena mujer teniendo hijos.
Para Pérez García la validación social que hay en las comunidades a las uniones tempranas es una imposición y presión del mundo de los adultos, atropellando los derechos de las niñas y los niños.
Si las madres y los padres quieren dar su apoyo a sus hijas e hijos, los menores involucrados tienen que estar en libertad de tener un noviazgo, sin sucumbir a la coacción social de que los obliguen a vivir juntos.
“A los 13 o 14 años ningún niño o niña está en condición de decidir algo tan trascendental como una relación de pareja”, asegura el experto.
“Lo más seguro es que cuando cumplan la mayoría de edad ya no estén pensando lo mismo, pero quedan atrapados por la presión y coacción de las familias”, agrega.
Considera que si la comunidad en su conjunto está molesta por la exhibición de la unión temprana y la condena de la sociedad es porque siguen sin entender nada de los derechos de niñas y niños.
El experto dice que espera que esta comunidad y otras donde continúan las mismas prácticas: “Vean que hay otra forma de ver el mundo, que lo que ellos creen que está bien puede ya no ser apropiado”.
Condena el papel del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) frente a las uniones tempranas, ya que su intervención se limita a evitar que se celebre un matrimonio civil entre menores, lo que no ocurre porque la ley no lo permite. Sin embargo, el DIF rara vez aprovecha esta situación para llevar a cabo actividades con la comunidad que ayuden a abordar el rechazo social, un rechazo que no debe dirigirse contra la comunidad en sí, sino hacia la vulneración de los derechos de los menores involucrados.
Educación y empleo, la solución
Antonia Ramírez Marcelino, una lideresa nahua de la Montaña, originaria de Ocotequila, municipio de Copanatoyac, expone que los matrimonios forzados y las uniones tempranas se acabarán cuando la autoridad lleve las oportunidades de educación a estas comunidades apartadas.
Acercar los servicios educativos debe ir acompañado de estrategias que garanticen que las y los adolescentes cuenten con los recursos económicos necesarios para asistir a la escuela.
En las zonas indígenas, principalmente entre los Mephas, acceden a casar a sus hijas a temprana edad, porque eso significa recursos para la sobrevivencia del resto de la familia.
Antonia Ramírez cree que un programa de empleo para los hombres en las comunidades donde se da este fenómeno podría desactivar tales arreglos tradicionales. Como integrante de una comunidad nahua, sabía que su destino era casarse a los 15 años, pero tuvo la fortuna de ir a la primaria y continuar por esa ruta de la preparación, hasta hacer estudios de licenciatura. A eso deben tener acceso todas las mujeres como una Norma, no como excepción.
Actualmente Antonia Ramírez es directora de la radiodifusora La Voz de la Montaña y consejera electoral. En su caso, en su familia, rompió la condena de la pobreza intergeneracional, y la educación fue la razón.
Esta información fue publicada por Animal Político con la firma de Marlén Castro.