En la mañana del domingo, el barrio Cuxtitali de San Cristóbal de las Casas fue testigo de un acto de violencia que retumbó en toda la comunidad: el asesinato a balazos del sacerdote tsotsil Marcelo Pérez Pérez, conocido no solo por su labor religiosa, sino por su incansable defensa de los derechos humanos y la paz en los Altos de Chiapas. El eco de los disparos, perpetrados por dos sicarios a bordo de una motocicleta, se mezcló con el eco más profundo y perturbador de un crimen que golpea a las comunidades indígenas y a la Iglesia católica en su lucha contra la impunidad.
Marcelo Pérez no era un sacerdote cualquiera. Originario de San Andrés Larráinzar, su vida sacerdotal estuvo marcada por la defensa activa de su pueblo. En Simojovel, su primera misión pastoral, encabezó marchas para denunciar la venta de drogas y el crimen organizado, enfrentando amenazas directas por desafiar los intereses de poderosos grupos locales. Pero su carácter combativo y su espíritu pacífico lo llevaron más allá. Durante la crisis de violencia en Pantelhó en 2021, fungió como mediador entre el gobierno y las autodefensas del grupo El Machete, aunque posteriormente fue injustamente señalado como responsable de la desaparición de 21 hombres. A pesar de las acusaciones, organizaciones internacionales de derechos humanos respaldaron su inocencia, alertando sobre el peligro de criminalizar a quienes luchan por la justicia.
El asesinato de Marcelo Pérez es mucho más que una tragedia personal; es un símbolo del creciente nivel de violencia que Chiapas enfrenta hoy. Su muerte ocurre en un estado donde los conflictos por tierra, las pugnas entre grupos armados y el narcotráfico han intensificado una crisis de inseguridad. Como él mismo advirtió en septiembre de 2023, durante una peregrinación por la paz, la situación en Chiapas “ya no se aguanta”.
En las calles del barrio Cuxtitali, donde las voces de paz de Pérez se apagaron con las detonaciones de un arma, surge ahora una pregunta ineludible: ¿Qué queda para las comunidades cuando hasta sus defensores más férreos caen en el silencio impuesto por la violencia? El gobernador Rutilio Escandón Cadenas ha prometido justicia, pero para muchos, el temor es que el caso del padre Marcelo Pérez se sume a la larga lista de crímenes sin resolver en México.
En las montañas de Chiapas, donde la neblina cubre los pueblos tsotsiles como un manto de incertidumbre, la muerte del sacerdote es una herida abierta. Su funeral, que se celebrará en la parroquia de Guadalupe, será un homenaje a un hombre cuya lucha no terminó con su vida. La comunidad, la Iglesia y los defensores de derechos humanos continúan clamando por verdad y justicia, y aunque su voz ya no pueda guiar, su legado de resistencia pacífica perdura.
Este asesinato, cargado de simbolismo y de profundas implicaciones sociales, representa un recordatorio brutal de que la violencia en México no discrimina ni respeta fronteras. Afecta por igual a campesinos, activistas, religiosos y a todos aquellos que, como Marcelo Pérez, buscan un cambio real desde las raíces de su comunidad.