En un mundo que premia la hiperproductividad y celebra a quienes “nunca paran”, el cuerpo y la mente comienzan a pasar factura. El síndrome de burnout —o del trabajador quemado— ya no es un problema aislado de ejecutivos de alto nivel: hoy afecta a docentes, médicos, repartidores, empleados administrativos y hasta freelancers. Nadie está exento.
Lo alarmante es que muchos no se dan cuenta hasta que colapsan. Según la plataforma de salud laboral Quirónprevención, los síntomas van desde la fatiga crónica y el insomnio, hasta la despersonalización, la apatía y la baja autoestima. Es decir, el burnout no solo deteriora la salud, sino también las relaciones personales, la motivación y la identidad laboral.
Este desgaste profundo no nace solo del exceso de trabajo, sino de una combinación de factores: falta de reconocimiento, ambientes tóxicos, expectativas desmedidas y una cultura que mide el valor de una persona en función de su rendimiento. Se trabaja más, se rinde menos y, paradójicamente, se siente culpa por no “dar el 100%”.
La estrategia de ignorar el agotamiento se ha vuelto la norma. Se romantiza el cansancio como señal de compromiso, cuando en realidad debería ser una alerta de emergencia. ¿Desde cuándo estar exhausto es un mérito?
Más allá de identificar síntomas como migrañas, ansiedad o irritabilidad, el verdadero desafío está en cuestionar el sistema que lo genera. No se trata solo de autocuidado, sino de condiciones laborales dignas: pausas reales, cargas sostenibles, liderazgo empático y espacios que respeten la salud mental.
La Organización Mundial de la Salud ya ha reconocido al burnout como un fenómeno ocupacional. El problema es que muchas empresas y gobiernos aún lo tratan como un asunto individual. Y mientras tanto, se pierden talentos, se quiebran trayectorias y se normaliza vivir agotados.
El burnout no es una debilidad ni una exageración. Es una consecuencia lógica de un modelo de trabajo que empuja más allá de los límites humanos. Y si queremos cambiarlo, necesitamos más que libros de autoayuda y aplicaciones de meditación: necesitamos una transformación cultural y laboral profunda.