En un país donde la precariedad laboral se mezcla con la violencia de género y la impunidad, una joven en Puebla vivió el infierno más cruel por atreverse a buscar trabajo. Su historia es una que indigna, que duele, pero que también refleja una verdad incómoda: en México, para muchas mujeres, la necesidad de trabajar puede convertirse en una trampa mortal.
La víctima, que acudió a una supuesta cita como edecán, fue secuestrada, violada por varios hombres, grabada y después extorsionada. Sus agresores la amenazaron con publicar el video si no accedía a pagar o incluso prostituirse para ellos. No estamos hablando de una escena de ficción, sino de una realidad brutal que ha salido a la luz gracias al valor de la propia joven y el respaldo de colectivas feministas que la acompañaron en una rueda de prensa.
El modus operandi revela una estructura perversa: publican ofertas laborales falsas, captan a mujeres vulnerables —muchas de ellas jóvenes, estudiantes foráneas, necesitadas de empleo— y las convierten en víctimas de una violencia sistemática y cobarde. No es un caso aislado. Es un patrón.
Y mientras las colectivas ya han detectado al menos siete casos similares, la Fiscalía de Puebla insiste en minimizar la situación. ¿Una sola denuncia? ¿De verdad es necesario esperar más víctimas para actuar? ¿Cuántas mujeres deben ser violadas, extorsionadas o desaparecer para que las autoridades hagan su trabajo?
El caso de M, como la han nombrado para proteger su identidad, debería sacudirnos como sociedad. Nos demuestra que no basta con enseñar a las mujeres a cuidarse, a desconfiar, a no salir solas, a evitar entrevistas en lugares oscuros. ¿De verdad la responsabilidad debe seguir recayendo sobre las víctimas y no sobre el sistema que permite que estas redes operen con total impunidad?
La impunidad es el mejor aliado de los agresores. La lentitud y la indiferencia institucional son su escudo. Y la precariedad, su mejor carnada.
En un país donde más de la mitad de la población laboral sobrevive en condiciones informales, donde el acoso y la violencia contra las mujeres se han normalizado, no es exagerado decir que buscar trabajo es un acto de valentía. Pero no debería serlo.
Este no es solo un llamado a las autoridades —que deben actuar con urgencia—, sino también a medios de comunicación y a la sociedad en general. Urge visibilizar este tipo de violencia disfrazada de oportunidad. Urge cambiar la narrativa. Urge proteger la vida y la dignidad de las mujeres.
Porque si una joven no puede acudir con seguridad a una entrevista de trabajo, entonces hemos fallado como país.