La crisis de la gestión de los residuos sólidos en México es grave. Prácticamente, la totalidad de los basureros incumple con las normas mínimas sanitarias para el cuidado ambiental. Además, hay incontables tiraderos clandestinos y mucha gente sobrevive de la economía informal que la basura genera.
De no ser por las rebosantes aguas negras de los riachuelos que rodean las milpas, y la fetidez que emana de las incontables toneladas de basura en descomposición, la estampa sería la de un México todavía rural y folclórico, en donde los oriundos y paseantes encontrarían un paraje ideal para escapar de la CDMX y de uno de los corredores industriales más grandes que rodean a la capital del país.
Irónicamente, ese camino, que comienza en la localidad de Lerma (Estado de México) y conduce hasta el basurero municipal de Capulhuac, presenta una oferta gastronómica enorme. De ambos lados de la carretera hay puestos que venden vasitos con fruta cortada y preparada, hamburguesas, tacos de barbacoa, chorizo, longaniza, carnitas…, además de locales con helados, aguas frescas y cervecerías. Sin embargo, muchos de los prados, donde pastan borregos, vacas y cabras, que bordean ese camino y que dan vida al panorama campirano, están regados precisamente con las aguas negras que —entre otros motivos— se contaminan por vertederos a cielo abierto ubicado a un par de kilómetros más adelante.
Esa ecléctica situación es uno de los tantos resultados del grave problema de la gestión de residuos en México, y del rezago de políticas en favor del medio ambiente. Sitios como el ya descrito agravan la situación, porque están legalmente constituidos, a pesar de no cumplir con las medidas básicas sanitarias. En concreto, hablamos de tiraderos a cielo abierto: son altamente contaminantes tanto por aire como por las vías fluviales que los rodean, y son lugares donde se producen los lixiviados (lodos producto de la putrefacción de los desperdicios, con un alto grado de toxicidad) que se filtran hacia el subsuelo. Sin embargo, esta crisis no termina justo allí, porque no son el único tipo de muladares que ponen en riesgo a la salud de la población y de los ecosistemas. Además, están los basureros clandestinos, es decir, aquellos terrenos o parajes en donde han sido depositados indiscriminadamente residuos de todo tipo y sin ningún control.
Mientras que países como España, Inglaterra, Dinamarca, Francia o Noruega llevan años realizado avances significativos (particularmente, desde 2015) para crear políticas públicas orientadas hacia la creación de sociedades cada vez más sostenibles y circulares, en México el compromiso medioambiental sólo se queda en el discurso de las autoridades. Y los datos son alarmantes.
Por ejemplo, de acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), el 88% de los destinos finales de la basura no se lleva a cabo bajo ningún monitoreo en cuestiones de higiene ni seguridad. Ésa es la realidad en un país que produce 120,000 toneladas de residuos sólidos cada día (44 millones de toneladas al año), de las cuales, 19,000 no se recolectan jamás y terminan quemadas en puntos clandestinos, en los caminos o ‘devoradas’ por la selva o el bosque, incluso, como sucede en buena parte de las costas del país, directamente en el mar. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), hay aún 1,600 vertederos a cielo abierto en donde se deposita el 87% de la basura, y, al margen de esas cifras, hay incontables focos clandestinos que jamás han sido registrados ni —mucho menos— controlados. Aunado a eso, sólo el 5% de los residuos recolectados han sido separados (en orgánicos e inorgánicos). Y, por si fuera poco, el 83.7% de los basurales de residuos sólidos en nuestro país no cuentan con la infraestructura ni los mecanismos apropiados para la captación de lixiviados (casi el 90% de estos depósitos carece de la geomembrana necesaria para evitar la filtración de estos lodos tóxicos hacia los mantos acuíferos y el subsuelo). Y todo eso corresponde a un territorio nacional en el que 173 municipios (de 2,471) aún carecen de servicio alguno de recolección de los desechos.
La basura no vale, los residuos si
Por otra parte, en el centro de la capital mexicana, está Josefina. Ella es ‘pepenadora’, es decir, se gana la vida rebuscando en la basura y revendiendo (o utilizando) lo que puede. Lo que a Josefina le interesa más es el PET (polietileno de alta densidad), puesto que hay centros de reciclaje que pagan por todo ese plástico recolectado.
Muchas personas en situación de calle, o bajo un extremo grado de fragilidad social y económica, se dedican a lo mismo que Josefina para juntar unas monedas y comprar comida, alcohol o drogas de muy bajo precio y calidad. Por eso mismo, el PET se ha convertido en una divisa preciada para las personas que viven en esas condiciones. Y un ejemplo claro de eso es lo que le sucedió a Josefina hace unos cuantos meses: cuenta que, cierta noche, mientras recogía ese plástico, un par de toxicómanos la atacó para robarle lo que había recolectado durante todo el día. Su perrita la defendió de los atacantes, sin embargo, aún así, uno de ellos logró rajarle la cara con una navaja. Hoy día, hay tanta basura en la Ciudad de México que, incluso, para muchas personas se ha convertido en el último modus vivendi. Por lo menos, hasta hoy, todavía pueden ganarse un dinero revendiendo lo que otros han tirado.
Pero Mario y sus compañeros, igual que Josefina y un incontable número de recolectores más, se encuentran en la parte más baja de la pirámide del subsistema de recogida de residuos. Hasta arriba se localizan mafias y autoridades corruptas que permiten que algunos hagan negocio de lo que otros han tirado. El caso más famoso en nuestro país es el del que fuera conocido como ‘el rey de la basura’.