TERCERA PARTE (Última).
De carácter fuerte y decidido a pesar de su corta edad, el joven Francisco de Ibarra no tuvo empacho alguno al momento de aceptar la propuesta de incursionar en la compleja geografía del actual estado de Durango, motivado por el afán de obtener poder y riquezas, lo que era el común denominador de los temerarios expedicionarios procedentes del Viejo Mundo.
Es así como a los dieciséis años partió en su osada expedición (1554), llegando a lugares como los actuales Nombre de Dios, Poanas, Súchil, San Juan del Río, Pánuco de Coronado, Coneto de Comonfort y el propio valle del Guadiana, financiado por su tío Diego de Ibarra, quien había adquirido poder económico y político al hacerse dueño de varias minas y contraer matrimonio con Ana de Velasco, hija del virrey don Luis de Velasco.
Tras algunos años explorando la región, Francisco —ahora convertido en un joven y próspero propietario de minas— habría de ser nombrado capitán por el virrey en 1562, con la promesa adicional de convertirlo en gobernador de las tierras que eventualmente fuera conquistando.
Habiendo pasado una década, el flamante capitán —ya conocedor del lugar— arribó de nueva cuenta al valle de Guadiana, en donde después de analizar la ubicación geográfica del mismo, decidía establecerse de manera definitiva, por lo que el 8 de julio de 1563, fundaba la Villa de Durango —en honor a su tierra natal ubicada del otro lado del Atlántico—, misma que convertiría de manera inmediata en capital del Reino de la Nueva Vizcaya, tal y como había decidido denominar a la naciente estructura geopolítica de la cual fue nombrado de inmediato gobernador, acorde a lo pactado con el virrey.
Es así como el nuevo reino y su centro neurálgico, Durango, se habría de convertir en la plataforma española que impulsaría la conquista de nuevos territorios en el noroeste, centro-norte y noreste del actual México, en un proceso de conquista que se hizo eventualmente más lento en esta vasta zona.
Dicho lo anterior de manera muy general, Durango cumple hoy 457 años de su fundación, constituyéndose como una de las capitales estatales más longevas del norte de México y como referente de suma trascendencia en las diferentes etapas de nuestra historia patria, desde la propia fusión entre españoles e indígenas tepehuanes establecidos en Analco, hasta etapas sustanciales como la época colonial, la reforma, el porfiriato y el período revolucionario, por mencionar algunas.
Durango es el olor a sincretismo mágico que envuelve en un todo al indigenismo inherente al México prehispánico y al subsecuente mestizaje que dio rumbo a la nueva identidad desde finales del siglo XVI; es la alusión al barroco y neoclásico que se entremezclan en sus inigualables expresiones arquitectónicas, aderezadas con su inigualable clima y la amabilidad de su maravillosa gente.
Es la flamante capital que pretende estar a la altura de las circunstancias en estos tiempos inéditos y retadores; complejos y demandantes.
En fin, es la bella y simbólica ciudad que hoy cumple años y que sigue brillando con luz propia…Una luz tan intensa como la primera que emitió hace más de cuatro siglos y medio.