La Ciudad de México, con su vibrante cultura y vida nocturna, también es hogar de una realidad menos festiva: una actitud blasée, manifestada en la apatía, distancia y, a veces, franca grosería de sus habitantes. Esta conducta, observada por primera vez por el sociólogo alemán Georg Simmel en las grandes urbes europeas, no es exclusiva de los capitalinos, pero aquí se siente intensamente. Como residente de esta metrópoli, reconozco en mí misma y en mis conciudadanos estos comportamientos, vistos por visitantes de otras partes del país como fríos e indiferentes.
La Teoría de la Actitud Blasée
Simmel describió la actitud blasée como una respuesta a los estímulos rápidos y constantes de la vida urbana. En su ensayo “La metrópolis y la vida mental” (1903), Simmel ya advertía sobre el desgaste emocional que la vida en las grandes ciudades imponía a sus habitantes. La contaminación, el ruido y la sobrecarga sensorial eran, para él, responsables de un estado de alerta constante y un agotamiento crónico.
“Tal vez no existe otro fenómeno psíquico”, escribió Simmel, “que sea tan incondicionalmente exclusivo a la metrópoli como la actitud blasée”. Esta actitud, nacida de la necesidad de protegerse de la sobreestimulación, se ha vuelto casi una forma de respirar para los capitalinos. Los constantes estímulos visuales y auditivos, desde cláxones hasta anuncios publicitarios, agotan la capacidad del cerebro para procesar información, llevando a un cansancio mental profundo.
La Intensificación del Fenómeno en el Siglo XXI
Más de un siglo después, la situación ha empeorado. La crisis climática global ha añadido nuevas capas de estrés: primaveras prematuras, temperaturas extremas y una grave escasez de agua. Además, la contaminación lumínica ha apagado las estrellas del cielo nocturno de la CDMX, reemplazadas por luces artificiales y anuncios luminosos, intensificando la desconexión con la naturaleza y aumentando la sensación de angustia y ansiedad entre los residentes.
El tráfico incesante, la densidad poblacional y las temperaturas sofocantes agravan el problema. Según Simmel, estos estímulos se graban en el inconsciente humano, profundizando el cansancio y el hartazgo con el tiempo. En una ciudad de 9.2 millones de habitantes, la vida urbana consume más energía emocional que la vida rural, requiriendo una cantidad diferente de consciencia para manejar el ritmo acelerado y la falta de contacto con el entorno natural.
Impacto en Grupos Vulnerables
Además, la violencia de género agrava la situación. En 2023, 3,439 mujeres fueron víctimas de feminicidios y homicidios dolosos en México, según ONU Mujeres. Las mujeres, especialmente, sienten esta carga adicional de estrés y miedo, que se suma a la ya pesada carga emocional de la vida urbana.
Simmel, con una visión casi profética, identificó un fenómeno que sigue afectando profundamente a las ciudades modernas. La actitud blasée, nacida de la necesidad de protección ante la sobrecarga sensorial, se ha convertido en una característica inherente de la vida en la CDMX. Mientras enfrentamos los desafíos del siglo XXI, es crucial reconocer y abordar este fenómeno para mejorar la calidad de vida en nuestra querida metrópoli