Lo que debía ser una transmisión en vivo común y corriente terminó convirtiéndose en un momento de horror absoluto para miles de espectadores. Luna Ambrozevicius, influencer brasileña con más de medio millón de seguidores, fue atacada con arma blanca durante un livestream desde su departamento en São Paulo, en un hecho que ha sacudido las redes sociales y los medios internacionales.
El agresor, presuntamente su exnovio, irrumpió sorpresivamente en el domicilio de Luna mientras ella interactuaba con su audiencia. En cuestión de segundos, la transmisión se transformó en una escena caótica: gritos, confusión y luego, silencio. Usuarios en línea alertaron de inmediato a las autoridades, quienes acudieron al lugar en minutos.
Luna fue trasladada de urgencia a un hospital cercano. Según el último parte médico, su condición es estable, aunque permanece bajo observación por múltiples heridas. Su equipo ha pedido respeto y privacidad mientras se recupera.
Este episodio ha encendido un nuevo debate sobre los límites de la exposición en internet y la vulnerabilidad de las figuras públicas ante amenazas personales. Colectivos feministas y defensores de derechos digitales han exigido una respuesta contundente por parte del gobierno brasileño, subrayando la necesidad de políticas más eficaces para prevenir la violencia de género, tanto en espacios físicos como digitales.
“El caso de Luna evidencia cómo la violencia machista encuentra nuevas formas de manifestarse en la era digital”, declaró Mariana Freitas, portavoz del Instituto de Seguridad Digital de Brasil. “No podemos permitir que el internet sea un escenario más de impunidad.”
Mientras las autoridades investigan el caso y buscan llevar al atacante ante la justicia, la comunidad en línea ha comenzado a organizar campañas de apoyo bajo el hashtag #ForçaLuna. Decenas de creadores de contenido han suspendido sus transmisiones en señal de protesta y solidaridad.
El ataque a Luna Ambrozevicius no solo expone una falla sistémica en la protección de las mujeres, sino que también nos obliga a repensar la seguridad en los entornos que considerábamos inofensivos. Lo que vemos en pantalla es solo una parte de la historia; detrás de cada influencer hay una persona vulnerable.