Las suelas rotas de don Alfonso Moreno son testimonio de cómo la búsqueda de los hijos va consumiendo la vida de quienes recorren caminos infinitos.
El eco de los pasos de su esposa, Lucía Baca, también retumba en el Palacio de Minería, en el centro de la Ciudad de México.
De pie frente a un par de zapatos viejos que están expuestos como testigos mudos de la búsqueda, comienza la entrevista con Excélsior.
En esas suelas están las palabras grabadas con la fuerza de un grito que no cesa: “Caminando te busco, mi corazón seguirá tus huellas”.
Son los zapatos de Alfonso Moreno y Lucía Baca, que han recorrido infinitos caminos en la búsqueda del ingeniero en sistemas del Tec de Monterrey, Alejandro Alfonso Moreno Baca, su hijo, desaparecido el 27 de enero de 2011. Hoy viernes 13 de junio, cumpliría 43 años; desapareció cuando apenas tenía 31.
En la exposición Huellas de la Memoria –abierta al público hasta el 13 de agosto en Palacio de Minería–, cada uno de los 286 pares de zapatos está grabado con la historia de un amor inquebrantable, de una ausencia que lo consume todo. Aquí, Lucía relata su historia cargada de un dolor que no se va.
LA BÚSQUEDA INFINITA
Lucía recuerda cada viaje, cada intento por encontrar a su hijo: más de 30 visitas a Monterrey en los primeros dos años de su desaparición, sentándose en las mesas de la Procuraduría de Nuevo León junto a otras dos familias que también buscaban. Pero nunca hubo respuestas.
El que busca, encuentra”, reclama Lucía, “pero en realidad nunca los han buscado”.
Esas mesas, explica, se convirtieron en una cruel simulación.
Se dejaron de hacer estas mesas en la Procuraduría y tristemente, ninguno de los 10 casos con las que se iniciaron las mesas –donde nos sentábamos Ministerios públicos y el propio fiscal– se han encontrado”, dice.
Luego, el camino de Lucía siguió los pasos de la caravana de Javier Sicilia hacia Estados Unidos. Fue más de un mes, desde que salió de Los Ángeles y terminó en Washington. Ella la inició en Atlanta.
Con mi esposo hicimos la mitad en la caravana”, apunta.
En ese recorrido, se detuvo un instante para fotografiarse con familiares de Martin Luther King, leyenda de los derechos civiles y líder del movimiento para acabar con la segregación racial.
Su búsqueda la ha llevado junto a personalidades en temas de derechos humanos y desaparición, como esa vez que la abrazó la activista argentina y abuela de la Plaza de Mayo, Estela Carlotto.
Hoy, Lucía denuncia revictimización, pues afirma que en el sexenio pasado se borraron registros y cifras, incluidos los datos de búsqueda de su hijo Alejandro.
A Alejandro lo desaparecieron doblemente. Primero lo desaparecieron físicamente y luego, al rasurar las cifras, lo borraron de la Comisión Nacional de Búsqueda”, sostiene.
En cada palabra se escucha la exigencia de justicia y la amarga certeza de que el Estado ha habido omisión.
LAS AMISTADES
La vida, cuenta Lucía, también se fue vaciando de amigos. “La sociedad nos relega. Siempre nos juzgan con esa frase de ‘a lo mejor en algo andaba’”, explica.
La desaparición no sólo la dejó sin su hijo, sino también sin las personas que ella pensaba que la acompañarían. “Te das cuenta de que esas amistades tal vez nunca fueron tan cercanas”, dice.
Un psicólogo le ayudó a ver la paradoja: “Esta desgracia le está dejando a la gente que vale la pena”. Y en ese vacío, Lucía encontró una nueva familia: la de las madres y padres que buscan, los que no se rinden, los que nunca abandonan.
SE ENMUDECE
Aquel día en Cuernavaca, durante un concierto de Sting, el músico inglés —organizado por Amnistía Internacional en 2015– Lucía se permitió, por primera vez en cuatro años, escuchar música en vivo sin sentirse culpable.
La vida se enmudece cuando un hijo desaparece”, confiesa, “después de una tragedia así, ni siquiera vuelves a disfrutar de la música. Es como si nos incomodara ser felices”.
La Navidad, dice, también se volvió silencio: “Esa silla vacía… es terrible”. Fue hasta el nacimiento de sus nietos cuando reencontró ese un motivo para poder vivir.
Y con el paso del tiempo, Lucía entendió que debía de seguir viva, y sobre todo, fuerte para seguir el rastro de su hijo, porque está convencida de que, una vez que ella y su esposo falten “ya nadie lo va a buscar”.
El amor por ellos es enorme, tan grande, que ni yéndonos de este plano y de este mundo, nuestro amor va a dejar de hacer ruido por ellos”, asegura.
LA FAMILIA
Lucía no deja de buscar. Cada paso desgasta el cuerpo y la esperanza. Habla de compañeras que han muerto sin encontrar a sus hijos, de madres que cargaron con tanto dolor que terminó por enfermarse de cáncer o diabetes.
Sabemos que el tiempo está en nuestra contra. Mi vida no es eterna”, admite.
Ahora, la tragedia se ha multiplicado. Lucía menciona a Ayotzinapa como un parteaguas que no logró el cambio que muchos esperaban.
Cuando comenzamos a buscar a Alejandro, era una tragedia muy focalizada en estados como Coahuila, Nuevo León, Sonora. Ahora, las desapariciones están por toda la República”, lamenta. Las cifras oficiales hablan de 127 mil desaparecidos, pero Lucía no las necesita para saber que el vacío ha crecido sin freno, cuando ella comenzó a buscar a su hijo Alejandro en 2011, la cifra era de 37 mil.
En el Palacio de Minería, los zapatos de Lucía y de Alfonso permanecen expuestos. Las suelas rotas son el testimonio de su búsqueda incansable. Son huellas que no se detienen, porque mientras haya amor, mientras haya memoria, sus voces no dejarán de decirlo y seguirán grabadas en sus suelas: “Te seguiré buscando hasta el final de mis días”.
Hoy, sus papás le desean a Alejandro un feliz cumpleaños con un mensaje digital que le dedican: “Aunque el dolor de tu ausencia es grande, hoy recordamos con amor el día que naciste”.