Bajo el sol y el polvo de la Toscana, Wout van Aert volvió a sonreír. El belga conquistó este domingo la novena etapa del Giro de Italia, un recorrido desafiante de 181 kilómetros entre Gubbio y Siena, que incluyó tramos icónicos de grava blanca al estilo del Strade Bianche. Pero esta victoria fue mucho más que un logro deportivo: fue un renacimiento.
“Es fácil decir que esta victoria significa mucho para mí, casi no puedo explicarlo”, confesó visiblemente emocionado Van Aert tras cruzar la meta. “Tenía que ser aquí, creo, porque este lugar es donde comenzó mi carrera en carretera en 2018 y ganar esta etapa después de un largo período sin lograrlo, finalmente de nuevo, se siente tan bien”.
El ciclista de 30 años, que venía de una temporada marcada por las lesiones, no solo firmó su primera victoria de la campaña, sino que también celebró su debut triunfal en el Giro. Ya había dejado su huella con nueve etapas en el Tour de Francia y tres en la Vuelta a España, pero Italia le debía un día así.
En contraste con la alegría del belga, el mexicano Isaac del Toro vivió una jornada agridulce. A sus 21 años, se convirtió en el primer ciclista de su país en liderar la clasificación general del Giro, un hito histórico para el ciclismo latinoamericano. Sin embargo, fue superado por Van Aert en el sprint final tras una jornada extenuante.
Completó el podio Giulio Ciccone, que cruzó la meta 58 segundos detrás del ganador. En un día complicado, el gran favorito Primoz Roglic sufrió una fuerte sacudida en la clasificación general, perdiendo terreno valioso.
La novena etapa no solo reconfiguró la lucha por la maglia rosa, sino que también ofreció una poderosa narrativa de resiliencia, ambición y emoción. En los caminos de grava donde todo comenzó para Van Aert, el ciclismo escribió una de sus páginas más humanas.