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    Suicidios, el triunfo de la desesperanza

    Detrás de cada uno de los 100 mil suicidios que se registran cada año en América hay una historia de dolor. 

    En la mañana del 21 de octubre de 2021, una adolescente guatemalteca —“Cristel”, de 14 años— acudió a su escuela primaria en San Pedro Ayampuc, una comunidad del centro de Guatemala, a entregar tareas y a recoger instrucciones para los deberes escolares de la semana siguiente. En la tarde, “Cristel” se ahorcó en su casa. 

    Oriundos de las aldeas Yekuana, Jiwi y Baniva, que integran las 62 etnias del sureño estado venezolano de Amazonas, los cuatro indígenas —tres hombres y una mujer— tenían de 12 a 15 años cuando se suicidaron entre enero y septiembre del año pasado para engrosar las mil 164 muertes —14 más que en 2020— por lesiones autoinfligidas en Venezuela en 2021. Los cuatro dejaron un manto de duda: ¿Por qué lo hicieron? 

    Una hondureña de 9 años utilizó una camisa para ahorcarse en el interior de una bodega en el sureño departamento (estado) de Intibucá en 2021. Un niño de 10 se ahorcó con la cadena de su perro en el occidental departamento de Santa Bárbara el año pasado. 

    Ahorcamiento, intoxicación con fármacos o plaguicidas, arma de fuego y lanzamiento al vacío fueron los mecanismos más utilizados en Honduras en los mil 450 suicidios de enero de 2018 a junio de 2021, con 692 niños, niñas, adolescentes y jóvenes de cero a 29 años. 

    Un total de 255 menores y 335 personas de 20 a 24 años figuraron entre los 2 mil 350 colombianos que, según el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Colombia, se quitaron la vida en esa nación de enero a noviembre, con 2 mil 379 en 2020. 

    La costarricense Julia Woodbridge, de 76 años, es superviviente del suicidio en 1984 de un hijo, de 14, con un arma de fuego. “Por el coronavirus ahora hay más suicidios, incluso de niños. Está fallando la socialización, compartir. Hay problemas en los hogares por falta de trabajo y dinero y hay peleas, separaciones”, dijo Woodbridge a EL UNIVERSAL

    “Los jóvenes están muy enfocados en las redes sociales y, haya o no pandemia, hay menos comunicación social. Esto venía acrecentándose y ahora, con más razón, la parte virtual los aísla. Hay desesperanza en adultos y menores sin ganas de vivir porque no le encuentran sentido a la vida”, advirtió. 

    “Entre los niños hay quienes no les gusta la escuela o el colegio. Los muchachos no están teniendo una educación completa”, relató. Los supervivientes “somos los que quedamos” después del suicidio de un familiar y los sobrevivientes son las personas que salen vivas del intento de suicidarse, explicó. 

    Madre, abuela y bisabuela, Woodbridge es delegada ejecutiva de la (no estatal) Fundación Rescatando Vidas, de Costa Rica y que ayuda sobre el fenómeno, y vicepresidenta del norte de la (no estatal) Asociación de Suicidología de Latinoamérica y el Caribe (Asulac). “Me dediqué a estudiar el suicidio. Hay preguntas que quedan sin respuestas. ¿Qué pasó con mi hijo? ¿Por qué lo hizo?”, subrayó. 

    Números 

    Un contexto agravado por casi 23 meses de presencia de coronavirus en el área, aunque sin atribuir el fenómeno al azote regional de la pandemia estimula la muerte por lesiones autoinfligidas, ya sea por desesperación en el hacinamiento en una cárcel de Cuba, por incontrolables crisis depresivas en Colombia o por desintegración familiar en Venezuela. 

    La Organización Mundial de la Salud (OMS) informó que 97 mil 339 personas se suicidaron en 2019 en América, lo que incluye a Estados Unidos y Canadá, y que los intentos de suicidio “pueden haber sido 20 veces” esa cantidad. El promedio anual es de unos 100 mil, según la OMS. 

    “Detectamos que la violencia autoinfligida sigue mostrando signos de aumento”, puntualizó el (no estatal) Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), en un informe del 2021 que alertó que en Venezuela hay un incremento “en niños, niñas y adolescentes que atentan contra sus vidas en las zonas urbanas y rurales”. 

    Al plantearse las dudas sobre el porqué de la fatal decisión de los cuatro indígenas, sugirió depresión, falta de comunicación, discusiones con progenitores y entorno de hogares disfuncionales. Un caótico escenario venezolano de pobreza, deterioro socioeconómico, represión política, crisis institucional, éxodo y desintegración familiar se sumó desde 2014 a la explosiva mezcla suicida. 

    El Observatorio de la Violencia de la (estatal) Universidad Nacional Autónoma de Honduras indicó a este diario que alcoholismo, drogadicción, depresión y ansiedad son las causas principales para suicidarse. 

    Con datos del gobierno chileno, la (no estatal) Universidad Autónoma de Chile aseveró que en esa nación hay unos mil 800 al año, de los que unos 400 son de adolescentes agobiados por drogadicción, trastornos mentales, falta de apoyo social y acoso escolar repetido e intencional —bullying— que intimida, somete, amedrenta y atemoriza emocional y físicamente dentro o fuera de los centros educativos. 

    “Si bien la mortalidad por suicidio en Chile se ha estabilizado durante los últimos años”, todavía sigue siendo “un problema de salud pública preocupante ya que es la segunda causa de muerte en adolescentes entre 15 y 29 años y la tercera entre 15 y 19 años”, puntualizó, en un análisis de 2021. 

    El Covid-19 aceleró “la aparición de enfermedades mentales y conductas de riesgo”, por lo que urge aplicar “estrategias” preventivas en un contexto “tan amenazante”, señaló. 

    El Observatorio Centroamericano y República Dominicana de la Conducta Suicida, que depende de los gobiernos de Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Belice, Panamá y República Dominicana, reveló que de 2016 a 2019 hubo 21 mil 167 suicidios en esos ocho países. 

    Y en cada caso siempre quedó un por qué. 

    TOMADO DE EL UNIVERSAL

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