Washington.— El fantasma de 2016 planea por encima de Estados Unidos imperturbable. Los temores de que el fenómeno Donald Trump no fuera algo pasajero ni un accidente, ni un tropiezo en la historia de Estados Unidos, se han cumplido: el Trumpismo es algo real, una de las partes en las que está dividido el país; ha llegado para quedarse, tiene fuerza y no sólo eso: tiene calibre suficiente como para pelear por la presidencia.
Sabedor de ello, abrió las puertas al peor escenario: se declaró falsamente ganador de los comicios y agitó la bandera del fraude: “Esto es un fraude al país, francamente hemos ganado estas elecciones, un gran fraude, vamos a ir a la Corte Suprema y queremos que se paren los conteos”.
Antes, el candidato demócrata Joe Biden dio un discurso desde Delaware. No habló ni tres minutos, lo suficiente para mostrarse confiado de que su candidatura “va por el buen camino para ganar”, y pedir paciencia a sus seguidores. “Esto no termina hasta que se cuenten todos los votos”, recordó, convencido de que ganará Pennsylvania y el resto de estados del cinturón industrial, seguro de que el “muro azul” volvería a erigirse para frenar el intento de reelección de Trump.
Pero el mandatario está lejos de “morir”. Aunque todo el mundo veía en Trump una figura en camino al declive, listo para la derrota, el republicano demostró que está capacitado para sobrevivir, presentarse en sus mejores actuaciones, superar expectativas y marcar una jornada electoral apoteósica, defendiendo con uñas y dientes todo su éxito, recogiendo votos por todos lados y ganando estados, uno tras otro, hasta el punto de desafiar encuestas, opinadores y expertos.